jueves, 20 de octubre de 2011

¡Feliz Día del Ultraje!

¡Una niña fue ultrajada! Se llamaba Yatzil, en su idioma, su nombre significa “cosa amada”. No era más que una niña, con la tez del mismo color que la tierra que la vio nacer, cabello negro como la noche en luna nueva, sus ojos negros y brillantes como pepitas de zapote y sus dientes cual mazorcas de maíz blanco empezándose a desgranar. Yatzil gozaba de la ingenuidad y la inocencia de quien en sus primeros años descubre la vida y aprende a vivir. Su creatividad e intelecto eran privilegiados. Cantaba melodías que sus padres le habían enseñado como parte de su herencia cultural y llevaba en su cuello un collar, también heredado, de oro y jade.

El agresor fue un extranjero que le llevaba, a la víctima, muchos años de ventaja, un foráneo que llegó al lugar por equivocación porque ahí le llevó el destino. Llegó cargado únicamente de experiencia, en su mente, la creencia de verdades absolutas que jamás se atrevió a cuestionar. En su haber solo tenía recuerdos de guerras pasadas, de exterminios que había liderado, un matrimonio por conveniencia y sus bolsillos casi en quiebra por sus constantes despilfarros. El extranjero llevaba hambre de oro, sed de poder, lujuria acumulada cosida a la piel.

El extranjero observó a lo lejos a Yatzil entre los maizales, la vio jugar con las aves, cantar con el viento, correr, saltar, reír… Le ardió la sangre, la descubrió y la creyó suya, solo pensaba en poseerla aun a la mala. Yatzil no tuvo tiempo para defenderse, no estaba acostumbrada a ese tipo de violencia, no estaba acostumbrada al fierro que le heló la sangre con el solo contacto con su piel, al olor a pólvora, a los hierros que matan más que a la vida, la libertad.

Yatzil fue violada, ultrajada, con violencia fue despojada de sus cantos y de su collar de oro y jade, humillada. Yatzil, para su agresor, era nada, inferior. No pudo correr más entre los maizales porque su pies fueron atados, no pudo cantar más con el viento, sus cantos fueron silenciados por gritos en un lenguaje que no entendía, no pudo volver a hablar con el sol porque se le fue impuesta una fe de hombres blancos so pena del infierno (cuando ya lo estaba viviendo), no pudo volver a levantar los ojos al cielo porque en su espalda cargó con el peso de la esclavitud y la explotación.

Años más tarde, cuando ya no había más jugo que sacar de esa fruta, cuando no había más que exprimir y cuando al viejo extranjero se le acabaron las fuerzas, dejó libre a Yatzil quién, 519 años después, aún sigue celebrando la fecha en que aquel extranjero la vio entre los maizales, la tomó como suya y la despojó de todo aquello que poseía. ¿Qué persona celebraría el día en que fue víctima de ultraje?

América sigue celebrando ese 12 de octubre de 1492, fecha en que Cristobal Colón, auspiciado por España descubrió América. Para hacer más absurda la conmemoración de este día, en la mayoría de países hispanoamericanos, incluyendo Guatemala, se celebra con el título de “Día de la Raza” como si la xenofobia y el racismo actual no fuera más que suficiente por si sola para continuar diferenciándonos por razas.

No tiene mucho sentido ver hacia el pasado, si no es para aprender de él. Es hora que los países hispanoamericanos nos curemos, de una vez por todas, del Síndrome de Estocolmo[1] en que estamos sumidos.

América fue descubierta y colonizada, eso es pasado. Nuevamente somos libres. América tiene mucho que dar. Si es de celebrar, mejor conmemoremos nuestra libertad con hechos concretos, es necesario dejar de ser esclavos de nuestro propio pasado, es necesario dejar de autocompadecernos y de abrir más brechas que nos separen como país, como región, como miembros de una sola raza: la raza humana.



[1] El Síndrome de Estocolmo es una reacción psíquica en la cual la víctima desarrolla una relación de complicidad o un lazo afectivo para con su agresor, principalmente en casos de secuestro.


Artículo publicado en www.lagacetaindependiente.com el 11 de octubre de 2011.

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